Anacreóntica

La contemplaba como si fuera una rosa amarilla,

perfecta y fría.

Impermeable.

Podía parecer cruel, pero no lo era.

Simplemente no sentía.

Era perfecta y fría.

Su elegancia imperturbable repelía cualquier contacto con la mediocridad.

Adoraba la palabra excelencia.

Nada manchaba su elegancia inalterable, nada osaba estropear esa perfección.

Nunca se marchitaba porque el aire no traspasaba su pantalla aislante.

Tampoco crecía.

Era hermosa, perfecta, amarilla y fría.

Nunca entendió por qué le desgradaba tanto.

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