Plinio y Plutarco en Moby Dick. Las ballenas y su parecido con los elefantes

 



Los tratados clásicos sobre los animales. Las ballenas y los elefantes

Ismael encuentra las ballenas muy parecidas a los elefantes tanto por sus movimientos y la forma de desplazarse en grupo, como por su tamaño, su fuerza, su inteligencia, su color, e incluso por la rentabilidad de su caza. Las referencias a los elefantes nos remiten a dos obras con las que sin duda estaba familiarizado: la Historia Natural de Plinio y el tratado Sobre la inteligencia de los animales de Plutarco. A partir de ellas podemos rastrear también, aunque sin tanta seguridad, algunas otras de Aristóteles y Teofrasto y de los epitomes de época helenística que recopilan y repiten anécdotas sobre personajes y hechos históricos. De ellos saca las referencias a personajes de la antigüedad, las alusiones a sucesos históricos y algunas comparaciones y especulaciones disparatadas.

Como en otras ocasiones, los motivos recurrentes en su obra, se vislumbran ya en los primeros capítulos. Así, en el momento de zarpar en un día de navidad que recuerda como ‘corto y frio’, presagia lo que será la aventura al mirar los carámbanos y ver en ellos los colmillos de un elefante:

Las largas filas de dientes en las amuradas destellaban a la luz de la luna, y, como vastos colmillos marfileños de algún enorme elefante, enormes carámbanos curvados colgaban de la proa. (22)

No se olvida de los elefantes en la descripción de los distintos tipos de ballenas que enumera en el catálogo, pues habla de una (32) a la que ‘se podría llamar ballena ‘Elefante-y-Castillo’ y de otra conocida como ‘ballena elefante’. Y a lo largo de la travesía también se le viene a la cabeza el elefante africano cuando ve cómo tiembla la estructura del Pequod con los pasos del enorme indio Daggoo:

Sentado en el suelo —pues en un banco el catafalco de plumas de su cabeza habría llegado a tocar los bajos entremiches—, hacía temblar la estructura de la baja cabina a cada movimiento de sus colosales miembros, como cuando un elefante africano va de pasajero en un barco. (34)

En el capítulo dedicado al color blanco, los elefantes son el referente del terror que pueden causar las cumbres nevadas:

Al indio nativo del Perú, la continua visión de los Andes, con la nieve encima como el baldaquino sobre un elefante, no le infunde nada de temor, excepto, quizá, en el mero fantasear sobre la eterna desolación helada que reina en tan vastas alturas, y la natural consideración de qué terror sería perderse en tan inhumana soledad. (42)

Y es al tratar de la inteligencia y la habilidad de los cetáceos donde se extiende en la comparación. La frente es para Ismael el lugar en el que tanto los hombres como los elefantes y las ballenas guardan su sabiduría, un término casi siempre equivalente al del pensamiento[1]. En varios momentos representa la frente de Moby Dick como ‘arrugada’ (26, 44) y el mismo adjetivo aplica a la de Ahab (44, 109), pues ambas reflejan externamente su contenido: un pensamiento retorcido y torturado por la venganza. Fue Plutarco uno de los primeros autores que defendió con argumentos la idea de que sólo hay una diferencia de grado entre la inteligencia humana y animal; que los animales son inteligentes, sólo que ‘poseen una razón débil y turbia, como un ojo con una visión escasa y perturbada’. Melville desarrolla en cierto modo la misma idea[2]:

Una hermosa frente humana, cuando piensa, es como el oriente cuando se turba con el amanecer. Paciendo en reposo, la rizada frente del toro tiene un toque de grandiosidad. Al arrastrar pesados cañones por desfiladeros de montañas, la frente del elefante es majestuosa. Humana o animal, la misteriosa frente es como ese gran sello de oro adherido por los emperadores germánicos a sus decretos. Significa: «Dios: hecho en el día de hoy por mi mano». Pero en la mayor parte de las criaturas, e incluso en el hombre mismo, muy a menudo la frente es una mera franja de tierra alpina extendida a lo largo de la línea de nieve. Pocas son las frentes que, como la de Shakespeare o la de Melanchthon, se elevan tan alto y descienden tan bajo que los propios ojos semejan claros lagos eternos y sin oscilación; y sobre ellas, en sus arrugas, os parece seguir el rastro de los astados pensamientos que bajan a beber, igual que los cazadores de las tierras altas siguen el rastro de los ciervos por sus huellas en la nieve. Pero en el gran cachalote esta alta y poderosa dignidad divina, inherente a la frente, está tan inmensamente amplificada

que, al contemplarla, en esa plena vista frontal, sentís a la Divinidad y las potencias temibles con más energía que al observar cualquier otro objeto de la naturaleza viva. Pues no veis un solo punto con precisión, no se revela un solo rasgo visible; no hay nariz, ojos, oídos o boca; no hay cara; no la tiene, en rigor; nada sino un solo ancho firmamento de frente, alforzado de enigmas, amenazando mudamente con la condenación de lanchas, barcos y hombres. Y tampoco disminuye de perfil esa prodigiosa frente;

aunque, al observarla así, su grandeza no os abrume tanto. De perfil, observáis claramente esa depresión horizontal, como una media luna, en el centro de la frente, que en el hombre es la señal del genio, según Lavater.[3] (79)

En varias ocasiones, aunque con reparos, atribuye a la cola de la ballena la sensibilidad y la fuerza de la trompa del elefante:

La ocasional comparación, en este capítulo, entre la ballena y el elefante, en la medida en que se trata de la cola de la una y de la trompa del otro, no debería tender a poner esos dos órganos opuestos en plano de igualdad, y mucho menos a los animales a que respectivamente pertenecen. Pues así como el más poderoso elefante es sólo un perrillo terrier al lado del leviatán, igualmente comparada con la cola del leviatán, su trompa es sólo el tallo de un lirio. El más horrible golpe de la trompa del elefante sería como el golpecito juguetón de un abanico, comparado con el inconmensurable aplastamiento y la opresión de la pesada cola del cachalote, que en frecuentes casos ha lanzado al aire, una tras otra, enteras lanchas con todos sus remos y tripulaciones, igual que un prestidigitador indio lanza sus bolas. (86)

E ilustra esta afirmación con ejemplos tomados de Plutarco y Plinio quienes afirman que los elefantes conocen la cirugía, pues colocándose junto a los heridos les extraen fácilmente los dardos, lanzas y flechas, sin desgarrar la carne ni provocar daño alguno. E igual que poseen inteligencia, dan muestras de una sensibilidad digna de admiración, como se relata en el siguiente pasaje en el que menciona a un tal Darmónodes:  

No puedo demostrarlo, pero me parece que en el cetáceo el sentido del tacto está concentrado en la cola, pues, en ese aspecto, hay allí una delicadeza sólo igualada por la exquisitez de la trompa del elefante. Esa delicadeza se evidencia principalmente en la acción de barrer, cuando, con virginal amabilidad, la ballena, con, blanda lentitud, mueve su inmensa cola de lado a lado por la superficie del mar, y si nota solamente la patilla de un marinero ¡ay de aquel marinero, con patillas y todo! ¡Qué ternura hay en ese toque preliminar! Si su cola tuviera alguna capacidad prensil, me recordaría completamente al elefante

de Darmonodes que frecuentaba el mercado de flores, y con profundas reverencias ofrecía ramilletes a las damiselas, acariciándoles luego la cintura. En más de un aspecto, es una lástima que la ballena no tenga en la cola esa capacidad prensil, pues he oído hablar de otro elefante que, al ser herido en el combate, echó atrás la trompa y se sacó el dardo. (86)

Del tal Darmónodes no hay ninguna otra referencia, por más que se rastree, pero la anécdota en sí parece haber sido tomada del siguiente pasaje de Plutarco:

Los amores de muchos animales son salvajes y enloquecidos, pero los de muchos otros tienen un refinamiento casi humano y un trato sexual no desprovisto de gracia. Tal era el del elefante de Alejandría que rivalizaba con Aristófanes el gramático, pues ambos estaban enamorados de la misma vendedora de flores; y el elefante no se quedaba atrás a la hora de hacer manifiesto su amor, pues cada vez que pasaba por el mercado le traía frutas, se quedaba largo rato junto a ella y metiéndole la trompa por dentro de las ropas a modo de mano, le acariciaba suavemente la flor de sus pechos.[4]

Y del mismo autor proceden las historias sobre el papel de los elefantes en la conquista de la India de Alejandro Magno, que parecen haberse estampado en la imaginación de Melville. En la batalla del río Hidaspes Alejandro logró vencer, tras una dura resistencia, al rey Poro y en ese combate los elefantes los protagonistas han pasado a la historia como los auténticos protagonistas que se enfrentaron al enemigo dando muestras de inteligencia, habilidad y fidelidad al rey, así como de reconocimiento al triunfo y la supremacía de Alejandro[5]:

Las compactas columnas marciales en que hasta entonces habían nadado los cachalotes con rapidez y firmeza, ahora se rompían en una desbandada sin medida, y, como los elefantes del rey Poro en la batalla con Alejandro en la India, parecían enloquecer de consternación. Extendiéndose por todas direcciones en vastos círculos irregulares, y nadando sin objetivo de acá para allá, mostraban claramente su agitación de pánico. Eso lo evidenciaban aún más extrañamente aquéllos, que como completamente paralizados, flotaban inermes como barcos desarbolados y anegados. Si esos leviatanes no hubieran sido más que un rebaño de sencillas ovejas, perseguidas en el prado por tres lobos feroces, no podrían haber mostrado posiblemente tan enorme consternación. (87).

 

¿A qué compararé, pues, el cachalote, en fragancia, considerando su magnitud? ¿No habrá de ser a aquel famoso elefante, de colmillos enjoyados y aromado de mirra, que sacaron de una ciudad india para rendir honores a Alejandro Magno? (93)

En otro momento interpreta el movimiento conjunto de las colas de las ballenas al amanecer como un tributo religioso al sol y rememora la anécdota similar referida a los elefantes que narra Plutarco:

Estando en el mastelero de mi barco durante un amanecer que ponía carmesíes al cielo y el mar, vi una vez a oriente una gran manada de ballenas, que se dirigían todas hacia el sol, y vibraban por un momento en concierto con las colas erguidas. Según me pareció entonces, jamás se ha visto tan grandiosa forma de adoración a los dioses, ni aun en Persia, patria de los adoradores del fuego. Como lo atestiguó Ptolomeo Philopater sobre el elefante africano, yo lo atestigüé entonces sobre la ballena, declarándola el más devoto de los seres. Pues, según el rey Juba, los elefantes militares de la antigüedad a menudo saludaban a la mañana con las trompas levantadas en el más profundo silencio. (86).

Recoge Plutarco en las Moralia las narraciones en griego ahora perdidas del rey Juba de Mauritania (muerto hacia el 23 d. C.), una de las cuales refiere el asombro que produjeron los elefantes en la Batalla de Rafia (217 a.C.), que enfrentó a Ptolomeo IV Philopator de Egipto y Antioco III el grande del imperio seléucida. En ella se juntaron setenta y tres elefantes egipcios y ciento dos asiáticos. Todos ellos dieron muestra de inteligencia y sociabilidad.

Juba afirma que los elefantes dan muestras de sociabilidad combinada con la inteligencia. Y es que los cazadores les preparan hoyos que luego cubren con ramas finas y hojarasca ligera; pues bien, cuando un grupo numeroso de elefantes va de camino y uno de ellos cae en un hoyo, los demás acarrean maderas y piedras y las lanzan al interior hasta llenar la cavidad de la zanja, de forma que aquél pueda salir con facilidad. Cuenta también Juba que los elefantes ruegan de forma espontánea a los dioses, purificándose en el mar y reverenciando al sol naciente con su trompa, que levantan a modo de manos suplicantes. De ahí que sea el animal más caro a la divinidad, como pudo atestiguar Tolomeo Filopátor; y es que tras vencer a Antíoco quiso honrar de forma espléndida a la divinidad, así que entre otras muchas ofrendas para conmemorar la batalla, sacrificó a cuatro elefantes. Pero como más tarde le acometieran de noche sueños en los que el dios le amenazaba encolerizado por aquel sacrificio aberrante, no escatimó medios de apaciguarlo, entre ellos la erección de cuatro elefantes de bronce a modo de compensación por los que había mandado matar. Plutarco. Moralia libro IX 972b (Pag 297).

Y siguiendo con los elefantes, en el capítulo 105 donde se habla del tamaño de la ballena aparece, mencionado junto a Poro, como Anibal:

Aun siendo natural una cierta incredulidad respecto a la populosidad de las más enormes criaturas del globo, ¿qué diremos, sin embargo, a Harto, el historiador de Goa, cuando nos dice que en una sola cacería el rey de Siam cobró 4.000 elefantes, y que en esas regiones los elefantes son tan numerosos como las manadas de ganado vacuno en los climas templados? Y no parece haber razón para dudar que si esos elefantes, que ya hace miles de años que fueron perseguidos, por Semíramis, Poro, Aníbal  todos los posteriores monarcas de Oriente, siguen sobreviviendo allí en grandes números, mucho más sobrevivirá la gran ballena a toda persecución, ya que tiene unos pastos en que extenderse que son exactamente el doble de grandes que toda Asia, ambas Américas, Europa, África, Nueva Holanda y todas las islas del mar reunidas. (105)

Hay otras menciones a Plinio y a Procopio que hacen referencia a la documentación que los antiguos recogen sobre la ballena: su existencia, tamaño, conocimiento etc. Melville no dejó de consultar estas fuentes antiguas para la elaboración de Moby Dick y, aunque a veces parece crítico, otras, deja traslucir su gran reverencia hacia ellas:

Con seguridad hemos de concluir eso (que la ballena ha disminuido de tamaño), si hemos de dar crédito a las noticias de caballeros tales como Plinio y los naturalistas antiguos en general. Pues Plinio nos cuenta de ballenas que abarcaban acres enteros de mole viviente. (105)

Pero ¿creerá esas historias ningún ballenero? No. La ballena de hoy es tan grande como sus antepasados de tiempos de Plinio. Y si alguna vez voy a donde está Plinio, yo, que soy más ballenero que él, tendré el valor de decírselo. Porque no puedo entender cómo es que mientras que las momias egipcias que se enterraron miles de años antes que naciera Plinio no miden tanto con sus ataúdes como un kentuckiano actual sin zapatos; y mientras que el ganado vacuno y los demás animales tallados en las más antiguas tablillas de Egipto y Nínive, conforme a las proporciones relativas en que se han trazado, demuestran, con la misma claridad, que el actual ganado premiado en Smithfield, bien criado y alimentado en el establo, no sólo iguala sino que excede con mucho en tamaño a las más gordas de las vacas gordas de los faraones; a la vista de todo eso, no he de admitir que, entre todos los animales, solamente la ballena haya degenerado.(105)

En conexión con las imágenes monstruosas de ballenas, siento ahora grandes tentaciones de entrar en esos relatos aún más monstruosos sobre ellas que se encuentran en ciertos libros, tanto antiguos como modernos, especialmente en Plinio, Purchas, Hackluyt, Harris, Cuvier, etcétera. Pero dejaré a un lado todo eso. (56)



[1] Se podría hacer una relación exhaustiva de pasajes, pero baste citar el 25, 26, 41, 42.

[2] Plutarco 963B (Pag 263) Muchos animales, amigo mío, superan a toda la humanidad por su tamaño o su rapidez, por su vista penetrante o su fino oído, pero no por ello es el hombre ciego ni inválido ni carente de oídos; también corremos, aunque sea más despacio que los ciervos, y vemos, aunque peor que los halcones; la naturaleza no nos ha privado de fuerza ni de volumen, por más que en estos aspectos no somos nada comparados con el elefante y el camello. Así que, si los animales tienen una actividad mental más torpe y discurren peor, no digamos tampoco que no discurren ni tienen actividad mental en absoluto, ni que carecen de racionalidad, sino que poseen una razón débil y turbia, como un ojo con una visión escasa y perturbada.

[3] Lavater (1775-1778), fue un científico famoso ante todo por su obra sobre el arte de conocer a los hombres por la fisionomía, que influyó mucho en las ideas sobre la exaltación del genio, como figura germinal de la creación desde la libertad, el sentimiento, la energía y la naturaleza.

[4] Plutarco, Moralia. Sobre la Inteligencia de los animales 972 E. Tr. Vicente Ramón Palerm y Jorge Bergua Calero. Gredos. Madrid (2002): 299.

[5]  Idem 970 D. Pág 293. El elefante del rey Poro, cuando éste se vio cubierto de heridas en la batalla contra Alejandro, le extrajo con ayuda de su trompa, con suavidad y diligencia, muchos de los dardos; y aunque el propio animal estaba ya en mal estado, no cedió hasta que se dio cuenta de que el rey había perdido mucha sangre y estaba perdiendo el equilibrio; entonces, ante el temor de que cayera al suelo, se arrodilló proporcionándole un descenso no traumático. Y Bucéfalo, cuando no estaba ensillado, permitía que lo montase el mozo de cuadra, pero una vez engalanado con los arreos reales y los collares no dejaba acercarse más que al propio Alejandro; a cualquier otro que tratara de aproximarse le salía ai trote relinchando con estrépito, encabritándose y pateándole si no se apresuraba a dar marcha atrás y escapar.

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