Prometeo- Ahab en Moby Dick

 

El espíritu de Prometeo. El Capitán Ahab




El verdadero protagonista de la novela es para algunos críticos,[1] Ahab, el capitán que, carcomido por el sufrimiento incontrolable que le produce su obsesivo afán de venganza, ‘luchando contra el mal… se convierte en imagen de aquello que detesta’[2]. En torno a él se definen los demás personajes y en particular el propio Ismael que atempera y entiende sus propios conflictos internos observando los del capitán. Quizá por eso las imágenes y comparaciones con las que se describe a Ahab sean los momentos más lúcidos de la novela de Melville y en los que mejor se entiende cuánto le influyó a Melville en el modo de tratar el sufrimiento humano, la lectura de las obras de Shakespeare[3]. El referente mitológico del personaje de Ahab es sin lugar a dudas el titán Prometeo y su odio hacia Moby Dick es parangonable al que aquel experimenta hacia Zeus.

Hijo del titán Japeto y de la oceánida Clímene, Prometeo, superaba a sus hermanos en astucia, engaños y valor. No tenía miedo alguno a los dioses y se atrevía a enfrentarse a ellos abiertamente, llegando incluso a ridiculizar al propio Zeus. Su mayor desafío fue la creación del hombre, al que modeló con sumo cuidado a imagen a los dioses.  Pero, después de haberlo creado, Prometeo sufría al ver al hombre débil y desprotegido de los rigores del invierno, así que quiso paliar esa carencia y se atrevió de nuevo a desafiar a los dioses y a subir trepando hasta el Olimpo para robarles el fuego. Su conducta insolente, su hybris, fue inmediatamente castigada por Zeus que retiró el fuego de la tierra y ordenó a Hefesto encadenar a Prometeo en una roca del Cáucaso. Cada noche un águila bajaba y le devoraba el hígado que se reproducía al día siguiente para poder ser devorado de nuevo por la noche.

La simbología del titán y su interpretación a lo largo de la historia de la literatura y del arte es poliédrica. Para algunos es el referente del individuo osado que se atreve irreverentemente a robar lo que pertenece solo a los dioses, del trasgresor irrespetuoso que, traspasando los límites impuestos, falta al respeto a la divinidad. Así lo trata Esquilo[4] como un infractor impuro y rebelde que no admite su propia redención ni acepta el sometimiento a los designios de Zeus, a quien desafía obstinadamente. Para otros, Byron[5] por ejemplo y en general los autores del renacimiento, Prometeo es el modelo del valiente, y audaz altruista, benefactor de los hombres, que arriesga su vida y recibe el castigo de un sufrimiento extremo, sin recibir por ello ningún beneficio. Es el héroe humanitario y sufridor, injustamente torturado por un tirano despótico. Es también el prototipo de quien se afana por eliminar la imperfección intrínseca de lo que ha creado, hasta llegar a desafiar lo más sagrado para conseguir la plenitud de su obra. Y es también el símbolo del renacer eterno del sufrimiento, pues su figura se une a la del águila enviado por Zeus para devorar sus vísceras que, por designio de los dioses vuelven a renacer y a ser objeto de saña por parte del ave de rapiña con el consiguiente dolor de la víctima. Es la eterna expiación auto regenerada. Para todos, Prometeo merece admiración por su arriesgada hazaña, pero eso no le exime de ser un criminal, alguien que ha pecado y sigue pecando y desafiando a los dioses sin arrepentirse de su falta.

Melville, haciendo gala de su vasta cultura literaria, no pasa por alto ninguna de las muchas interpretaciones, atreviéndose además a esbozar un protagonista cuya caracterización psicológica recoge muchos de los variados matices con que el personaje mítico ha sido vinculado. El capitán Ahab es para empezar un hombre físicamente dependiente, pues para sostenerse precisa de una prótesis artificial que otros tienen que fabricarle y su imperfección es un continuo acicate para mantenerse en su obstinación. Es temperamentalmente arrogante y desagradable, inmoderado como el propio Prometeo y lleno de orgullo, de hybris, lo que le impide reconocer y aceptar las limitaciones que el cosmos le impone e incluso agradecer el apoyo que encuentra. Pero por alguna razón el personaje no es tratado, ni por el autor ni por los otros protagonistas, con rigor o con recelo, sino con ternura y a veces con miedo. Sus momentos de lucidez, sus reflexiones y sus diálogos enriquecen en gran medida la obra en su conjunto y aportan a la misma el tono profético que no en vano le da nombre.

La vinculación más genérica que se establece entre Ahab y Prometeo es la que se da entre la caza de la ballena y el robo del fuego. Ahab capitanea un barco ballenero cuya finalidad es cazar a estos animales para lucrarse con la venta de todo lo que pueda aprovecharse de su cuerpo, pero lo que parece más atractivo, más valioso es el esperma, que durante la travesía servirá para azuzar el fuego.

En un viaje ballenero, el primer fuego de la destilería ha de alimentarse algún tiempo con leña. Después de eso, no se usa leña sino como medio de poner en rápida ignición el combustible habitual. En resumen, después de destilarse, el material grasiento, crujiente y encogido, que entonces se llama restos o fritters, sigue conservando buena parte de sus propiedades oleaginosas. Estos fritters alimentan las llamas. Como un pletórico mártir ardiente, o un misántropo que se consume a sí mismo, la ballena, una vez entrada en combustión, proporciona su propio combustible y quema su propio cuerpo. (96)

Uno de los aspectos que sobresale en el Prometeo de Esquilo es la manera en que el titán se encara con Zeus, al que reta con arrogancia, pero con el que antaño mantuvo una relación amistosa y al que incluso apoyó en su lucha por la supremacía del Olimpo[6].  Prometeo reconoce la supremacía del gran dios, recuerda su anterior afecto y se siente dolorosamente traicionado. En el capítulo el llamado ‘Las candelas’ (119), en medio de una tremenda tempestad que azota y destruye el Pequod y que nos recuerda la imagen del Prometeo encadenado a la roca en el Cáucaso, Ahab, también sujeto con cadenas para poder sostenerse en pie en medio del bamboleo del barco y ser capaz de dar órdenes a la tripulación, declara abiertamente su actitud beligerante, no hacia la ballena sino hacia el fuego, al que reconoce su inevitable sometimiento. La escena es claramente evocadora de la primera intervención de Prometeo en la tragedia de Esquilo.

¡Ah tú, claro espíritu del claro fuego, a quien en estos mares yo adoré antaño como persa, hasta que me quemaste tanto en el acto sacramental que sigo llevando ahora la cicatriz! Te conozco, y ahora conozco que tu auténtica adoración es el desafío. No has de ser propicio ni al amor ni a la reverencia; e incluso al odio, no puedes sino matarlo, y todos ellos son matados. No hay necio sin miedo que ahora te haga frente. Yo confieso tu poder mudo y sin lugar, pero hasta el último hálito de mi terremoto, la vida disputará el señorío incondicional e integral sobre mí. En medio de lo impersonal personificado, aquí hay una personalidad. Aunque sólo un punto, como máximo, de donde quiera que haya venido; a donde quiera que vaya; pero mientras vivo terrenalmente, esa personalidad, como una reina, vive en mí, y siente sus reales derechos. Pero la guerra es dolor, y el odio es sufrimiento. Ven a tu más baja forma de amor, y me arrodillaré ante ti y te besaré; pero en tu punto más alto, ven como mero poder de arriba; y aunque lances armadas de mundos cargados hasta los topes, hay algo aquí que sigue indiferente. Ah tú, claro espíritu, de tu fuego me hiciste, y, como auténtico hijo del fuego, te lo devuelvo en mi aliento. (119)

Confieso tu poder sin lenguaje ni lugar; ¿no lo he dicho así? Y eso no se me arrancó a la fuerza, ni ahora suelto estos eslabones. Puedes cegar, pero entonces puedo andar a tientas. Puedes consumir, pero entonces puedo ser cenizas. Recibe el homenaje de estos pobres ojos, y estas manos que los cubren. Yo no lo recibiría. Los rayos destellan a través de mi cráneo; mis ojos me duelen cada vez más; todo mi sacudido cerebro parece como degollado, y balanceándose sobre un terreno que lo aturde. ¡Ah, ah! Pero aun cegado, te seguiré hablando. Aunque seas luz, saltas saliendo de la tiniebla; ¡pero yo soy tiniebla que sale de la luz, que salta de ti! Cesan esas jabalinas; abríos, ojos; ¿veis o no? ¡Ahí arden las llamas! ¡Ah, magnánimo! Ahora me glorío de mi genealogía. Pero tú eres sólo mi padre feroz: a mi dulce madre no la conozco. ¡Ah, cruel!, ¿qué has hecho de ella? Ahí está mi enigma: pero el tuyo es mayor. Tú no sabes cómo has nacido, y por ello te llamas inengendrado; ciertamente no conoces tu comienzo, y por ello te llamas incomenzado. Yo conozco de mí lo que tú no conoces de ti mismo, oh tú, omnipotente. Hay algo que no se difunde más allá de ti, oh tú, claro espíritu, para quien toda tu eternidad no es sino tiempo, y toda tu creatividad es mecánica. A través de ti, de tu ser llameante, mis ojos abrasados te ven confusamente. Ah tú, fuego expósito, ermitaño inmemorial, tú también tienes tu enigma incomunicable, tu dolor sin participación. Otra vez aquí con mi altiva agonía, leo a mi progenitor. ¡Salta, salta y lame el cielo! Yo salto contigo; ardo contigo; querría soldarme contigo; ¡te adoro en desafío! (119)

Ahab es también el sufridor eterno, el Prometeo que enaltecen los autores del renacimiento y que provoca compasión a Ismael. En el capítulo llamado ‘La Carta’ (44), en el que explícitamente se menciona a Prometeo, Ismael declara no estar tan seguro de que el sufrimiento de Ahab lo provoque la ballena blanca, sino él mismo que se empeña en retroalimentarlo.  Ahab usurpa aquí el papel al águila que devora su vientre cada día. Cada noche en el momento de soledad en su camarote, Ahab desenrolla una carta de navegación y hace anotaciones nuevas sobre los posibles movimientos de la ballena, alumbrado por la luz de una lámpara que cuelga del techo sujeta por una cadena que se mueve al compás de los vaivenes del barco. Con ello, según Ismael, intenta también penetrar en los misterios del universo, en el ‘instinto infalible’ que es dirigido ‘por alguna secreta noticia de la divinidad’. Ahab alimenta así una obsesión que le genera interminables torturas.



Pero con la cauta amplitud e incesante vigilancia con que Ahab había lanzado su alma meditativa a esa persecución incansable, no se permitía descansar todas sus esperanzas en ese único hecho cimero antes mencionado, por más lisonjero que pudiera ser para esas esperanzas, ni, en la vigilia continua de su voto, podía tranquilizar su corazón inquieto aplazando toda búsqueda por el momento. (44)

Su mente loca se lanzaba a una carrera sin aliento, hasta que le invadía una fatiga y un desmayo de cavilar, y trataba de recobrar sus fuerzas al aire libre, en cubierta. ¡Ah, Dios!, ¡qué trances de tormento soporta el hombre que se consume con un único deseo incumplido de venganza! Duerme con las manos apretadas, y despierta con sus propias uñas ensangrentadas en las palmas. (44)

Pero Ismael, aun consciente de que Ahab es el único culpable de su propio sufrimiento, no lo juzga con crueldad, al contrario, siente pena por él, porque vive en un infierno que, aunque creado por él, no deja de ser un infierno, por eso concluye el capítulo con una súplica

Dios te ayude, viejo; tus pensamientos han creado en ti una criatura; y cuando alguien se hace un Prometeo con su intenso pensar, un buitre se alimenta de su corazón para siempre, y ese buitre es la propia criatura que él crea.

Ahab se consume alimentado su afán de venganza, cualidad que para Melville se materializa en piedra y fuego: piedra por su rigidez y fuego por su ardor. El capitán no roba el fuego como Prometeo, pero alimenta en su interior un ardor insaciable que no le deja vivir en paz y acaba arrastrándole a sufrir un castigo similar al de aquel, pues el fuego dentro de Ahab se regenera constantemente, como el hígado de Prometeo después de ser devorado por el águila:

A menudo, cuando le sacaban a la fuerza de su hamaca sueños nocturnos agotadores e intolerablemente vívidos, que, volviendo a tomar sus más intensos pensamientos de a lo largo del día, los llevaban adelante entre un entrechocarse de frenesíes, dándoles vueltas como un torbellino en su cerebro llameante, hasta que el mismo latir de su centro vital se le convertía en angustia insufrible; y cuando, como ocurría a veces, estos sobresaltos espirituales le elevaban en todo su ser desde su base, y parecía abrirse en él un abismo desde el que subían disparadas llamas bifurcadas y relámpagos, y demonios malditos le incitaban a dejarse caer entre ellos; cuando ese infierno de su interior se abría como un bostezo debajo de él, se oía un grito salvaje por el barco, y Ajab salía con ojos centelleantes de su cabina, como escapándose de una cama en llamas. Pero estas cosas, quizá en vez de ser los síntomas incontenibles de alguna debilidad latente, o de miedo ante su propia resolución, no eran sino los síntomas más evidentes de su intensidad. Pues, en tales momentos, el loco Ajab, el planeador, el perseguidor inexorablemente constante de la ballena blanca, este Ajab que se había acostado en la hamaca, no era el mismo agente que le hacía volver así a salir de ella con horror. Este era el eterno principio vivo, el alma que había en él; y en el sueño, al quedar por algún tiempo disociado de la mente caracterizadora, que en otras ocasiones lo empleaba como su vehículo o agente exterior, buscaba escape espontáneamente de la abrasadora contigüidad de aquella cosa frenética de que, por el momento, ya no era parte integrante. Pero dado que la mente no existe a no ser ligada al alma, por tanto, en el caso de Ajab debía de ser que, al entregar todos sus pensamientos y fantasías a su único propósito supremo, ese propósito, por su misma y estricta obstinación de volumen, se obligaba a sí mismo a ponerse contra dioses y demonios, en una especie de entidad propia, independiente y asumida por él mismo. Más aún, podía vivir y arder sobriamente, mientras la vitalidad común, con que estaba conjugada, huía aterrorizada de aquel nacimiento espontáneo y sin paternidad. Por tanto, el atormentado espíritu, que salía centelleando de sus ojos corporales, cuando lo que parecía Ajab se precipitaba fuera de su cuarto, no era por el momento sino una cosa vacía, una entidad sonámbula y sin forma, un rayo de luz, viviente, ciertamente, pero sin objeto que colorear, y por consiguiente, un vacío en sí mismo. Dios te ayude, viejo; tus pensamientos han creado en ti una criatura; y cuando alguien se hace un Prometeo con su intenso pensar, un buitre se alimenta de su corazón para siempre, y ese buitre es la propia criatura que él crea (44)  

En Ahab Prometeo no es solo el autor del hombre que roba el fuego sino también la propia obra del titán. Es la imagen de Prometeo creado por él mismo y su dolor no es más que la reproducción en el hombre de la arrogancia de aquel y su tristeza la que transmiten los dioses a sus vástagos:

Entonces no dejó de metérsele en su monomaníaca cabeza que toda la angustia del sufrimiento entonces presente era sólo el resultado directo de una desgracia anterior, y le pareció ver con sobrada claridad que, del mismo modo que el más venenoso reptil del pantano perpetúa su especie tan inevitablemente como el más dulce cantor del bosque, así del mismo modo que las felicidades, todos los acontecimientos lamentables engendran su semejanza por naturaleza. Sí, y aún más todavía, pensaba Ajab, ya que, tanto los antecesores cuanto los descendientes del dolor llegan más lejos que los antecesores y descendientes de la alegría. Pues, para no aludir a lo que se puede inferir de ciertos escritos canónicos, que, mientras ciertos gozos naturales de aquí no tendrán hijos que les nazcan para el otro mundo, sino que, al contrario, han de ser seguidos Buidos por esa esterilidad de alegrías que será toda la desesperación del infierno, en tanto que ciertas culpables miserias mortales engendrarán con fecundidad una progenie eternamente progresiva de dolores más allá de la tumba; para no aludir a esto en absoluto, parece seguir habiendo cierta desigualdad en el análisis más profundo de la cuestión. Pues, pensaba Ajab, mientras aun las más altas felicidades terrenas tienen siempre una cierta mezquindad insignificante acechando en ellas, y en cambio todos los dolores del corazón, en el fondo, tienen un significado místico, y, en algunos hombres, una grandeza arcangélica, del mismo modo la diligente averiguación de su ascendencia no desmiente esa deducción obvia. Rastrear las genealogías de tan altas miserias mortales nos lleva al menos hasta las primogenituras sin fuentes de los dioses; de modo que, frente a todos los alegres soles cosechadores de heno, y frente a todas las lunas de suaves címbalos y redondeadoras de las mieses, hemos de asentir a esto: que ni los propios dioses están alegres para siempre. La señal de nacimiento, imborrable y triste, en la frente del hombre, no es sino el sello de la tristeza que hay en los señaladores (106)

En su desagradable conversación con el carpintero-herrero que le está rehaciendo su pierna, es el propio Ahab quien le compara con él titán y el asume el papel de la criatura. La imagen se amplía hasta transformarse en un simbolismo que gira en torno al agradecimiento del hombre arrogante y huraño: el carpintero es quien con sus instrumentos -fuego y metal- vuelve a darle fuerza y ese don le obliga a él al agradecimiento, muy a su pesar:



-No temas, me gusta un buen apretón, me gusta sentir algo a que pueda agarrarme en este mundo resbaloso, hombre. ¿Qué hace ahí Prometeo? El herrero, quiero decir... ¿Qué hace?

-Hum... Sí que tiene. Me parece, ahora, una cosa muy significativa que ese antiguo griego, Prometeo, el que hizo los hombres, según dicen, fuera un herrero, y les animara con fuego, pues lo que está hecho en fuego debe pertenecer propiamente al fuego; así que el infierno no es probable. ¡Cómo vuela el hollín! Esto debe de ser el resto con que el griego hizo a los africanos. Carpintero, cuando ése acabe con la hebilla, dile que forje un par de hombreras de acero; tenemos a bordo un vendedor ambulante con una carga abrumadora.

-Espera, ya que Prometeo anda en ello, le encargaré un hombre completo según un modelo deseable. Ante todo, de cincuenta pies del alto, sin zapatos; luego, el pecho modelado conforme al túnel del Támesis; luego, piernas con raíces, para quedarse en el mismo sitio; luego, brazos de tres pies a través de la muñeca; sin corazón en absoluto, la frente de bronce, y cerca de un cuarto de acre de buenos sesos; y vamos a ver..., ¿encargaré unos ojos que miren hacia fuera? No, pero ponle una claraboya en lo alto de la cabeza para iluminar el interior. Ea, recibe el encargo y vete.

-¡Date prisa con ella, entonces, y tráemela! (Se vuelve para marcharse.) ¡Ah, Vida! ¡Aquí estoy yo, orgulloso como un dios griego, y sin embargo quedo deudor a este estúpido de un hueso en que erguirme! ¡Maldito sea ese endeudamiento recíproco que no deja prescindir de libros mayores! Querría ser tan libre como el aire, y estoy apuntado en los libros del mundo entero. Soy tan rico que podría haber rivalizado con los más ricos pretorianos en la subasta del Imperio romano (que fue la del mundo), y sin embargo debo la carne de la lengua con que presumo. ¡Por los Cielos! Tomaré un crisol y me meteré en él, y me disolveré en una sola pequeña vértebra compendiadora. Eso (108) 

El Prometeo del renacimiento vuelve aparece de nuevo aquí, buscando la redención del hombre a la vez que su propia redención. El carpintero es Prometeo y él mismo personalmente puede darle órdenes. [7] Pero Ahab no quiere cazar ballenas en general, quiere cazar la ballena blanca, Moby Dick, aquella por cuya causa quedó mutilado de por vida. Ya hemos hablado de la vinculación de la ballena blanca con Zeus. Y por fin dirige su juramento hacia un ser concreto, la ballena

Todos vuestros juramentos de perseguir a la ballena blanca son tan obligatorios como el mío; y, en corazón, alma, cuerpo, pulmones y vida, el viejo Ahab está comprometido. Y para que podáis saber a qué compás late este corazón, mirad aquí: así apago de un soplo el último temor. (119)

Ahab, al igual que el Prometeo de Esquilo parece estar enconado en su hostilidad hacia la divinidad. De hecho, en Moby Dick hay por parte de todos los personajes referencias a los dioses como seres malos, ‘los orgullosos dioses’ (9), en boca de Starbuk llama a la ballena ´semidiós diabólico’ (38), Ismael dice de ellos que ‘los grandes dioses se burlan de ese rey cautivo’ (41) o a los que se refiere en boca de Ahab en estos términos:

Eso es más de lo que jamás fuisteis vosotros, oh grandes dioses. Me río de vosotros y os abucheo, ¡jugadores de cricket, pugilistas, sordos Burkes y ciegos Bendigos! No diré como los niños de escuela a los chulos: "Búscate uno de tu tamaño; no me pegues a mí". No, me habéis derribado de un golpe, y de nuevo estoy de pie; pero vosotros habéis corrido a esconderos. ¡Salid de detrás de vuestros sacos de algodón! Vamos, Ahab os presenta sus respetos; venid a ver si me podéis apartar. ¿Desviarme? No me podéis desviar, a no ser que os desviéis vosotros: ahí os tiene el hombre. ¿Desviarme? El camino hacia mi propósito fijo tiene raíles de hierro, por cuyo surco mi espíritu está preparado para correr. ¡Sobre garganta sin sondear, a través de las entrañas saqueadas de las montañas, bajo los cauces de los torrentes, me precipito sin desvío!¡Nada es obstáculo, nada es viraje para el camino de hierro!» (37)

 



[1] Willard Thorp 1938 ‘However much he sympathized with Ahab's Promethean determination to stare down the inscrutableness of the universe, Melville hurled not himself, but Ahab, his creature, at the injurious gods’. Tomado de ‘Striking through the Mask or the allegorical meanings in Moby-Dick’, Richard W. Amero http://www.balboaparkhistory.net/glimpses/melville.htm

[2] Lewis Muumford. Cita tomada de Delbanco pag. 14.

[3] (ref. ‘El Capitán Ahab frente al enigma del abismo: el valor de los símbolos en Moby Dick’. José Manuel Rodríguez Herrera  en América 11 | 2014 : Monstres et monstruosités dans les représentations esthétiques et sociales. Monstres d'ailleurs https://amerika.revues.org/5620?lang=en) Melville alternaba la composición de Moby Dick con la lectura de tres de las principales tragedias de venganza escritas por Shakespeare : Macbeth, Otelo o El rey Lear. Además de esto, el estudio de anotaciones manuscritas de Melville arroja más luz aún sobre este asunto. En su artículo, « A Moby-Dick Manuscript », Charles Olson descubre evidencias de la huella de Shakespeare en Moby Dick. En uno de los volúmenes de las obras de Shakespeare, más concretamente en la última página del volumen, Melville anota a lápiz unos versos que parecen anunciar la gestación de la locura demoníaca que habría de encarnar en el personaje del capitán Ajab: Ego non baptizo te in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti - sed in nomineDiaboli. - madness is undefinable It & Right reason extremes of one,- not the black art Goetic but Theurgic magic -seeks converse with the Intelligence, Power, the Angel. (Olson 2007 : 163)

[4] Prometeo encadenado

[5] Lord Byron: Poemas escogidos Editorial Visor Libros, 2006

[6] ‘En estas circunstancias, me pareció lo mejor entonces, uniéndome a mi adre, de grado ponerme de parte de Zeus que también lo quería’. A. Pr.

[7] From Adam to Ahab, Genealogy in the Making of a Madman http://www.sccs.swarthmore.edu/users/98/monk/texts/ahab'n'history.html

Comentarios

Entradas populares de este blog

El simbolismo de Narciso en Moby Dick

La divulgación científica y su uso retórico en Aristóteles. El razonamiento dialéctico y la divulgación científica