El simbolismo de Narciso en Moby Dick


El simbolismo de Narciso en Moby Dick




Moby Dick es una novela de aventuras construida deliberadamente con dos moldes entrecruzados, el de la simbología bíblica y el de la mitología clásica. Los dos referentes se aplican ante todo a sus dos protagonistas, Ahab e Ismael, pero también a toda la trama y a la concepción de la conducta humana en general.
Además de buen conocedor de la Biblia, Melville fue un entusiasta del mundo clásico. Fue en la escuela clásica de Albany en 1935 donde comenzó a despertar como escritor y donde concibió la idea de dedicarse a la escritura buscando en ella la perpetuación de su propia personalidad. También en el entorno del mundo clásico, en la academia en la que estudió griego y latín en 1936, presidió por primera vez un club literario, el llamado Philologos Society que le sirvió de plataforma para el reconocimiento de sus aptitudes como escritor.
El carácter poliédrico y desordenado de Moby Dick hace posible que sea objeto de cualquier interpretación, pues todos los que han disfrutado con su lectura podrían ofrecer su visión particular de la misma, generar automáticamente una polémica y discutir o apoyar esa interpretación. La nuestra en este momento es la de conjeturar que la clave de su lectura nos la ofrece el personaje mítico de Narciso en la versión que de este personaje ofrece Ovidio en las Metamorfosis y la que recogen otros autores clásicos. La razón para esta consideración nos viene de la obra misma, de la afirmación que Ismael, el narrador protagonista, hace en el capítulo primero:  
Y aún más profundo es el significado de aquella historia de Narciso, que, por no poder aferrar la dulce imagen atormentadora que veía en la fuente, se sumergió en ella y se ahogó. Pero esa misma imagen la vemos nosotros mismos en todos los ríos y océanos. Es la imagen del inaprensible fantasma de la vida; y ésa es la clave de todo ello.[1]
En este escueto comentario del mito se encuentran ya delimitadas las coordinadas que entrelazan la trama de la obra. La primera sería la importancia de la imagen en la configuración del yo y en los objetivos que determinan el existir; la segunda, el agua como elemento sobre el cual se proyecta esa imagen y como elemento versátil e inestable opuesto a la tierra firme. Y finalmente la atracción que ejercen sobre el yo tanto la belleza como la propia muerte que, unidas en esa imagen reflejada en el agua, se aprecian como vías de escape del dolor (Zoellner). 

La imagen





El juego del autor con la imagen se aprecia ya desde el comienzo, desde la célebre presentación ‘llamadme Ismael’ con la que Melville nos sumerge en un universo deliberadamente falso, en un juego de espejos y de identidades imaginarias que nos conduce a conocer no al narrador sino a la imagen que el narrador-protagonista quiere dar de sí mismo. Ismael, que significa Dios escucha, es el personaje principal, precisamente el único que logra evadir la muerte en medio de la obsesión desenfrenada de Ahab (Alvarado 2017). No dice el protagonista que su nombre sea Ismael, sino ‘llamadme Ismael’, no le interesa que se conozca su identidad real sino la del héroe que él ha creado a partir de otro bíblico que se supone conocido por el lector. Ismael, al igual que Narciso y al igual que en una representación teatral o que un espejo, se ve a sí mismo reflejado y es hacia ese reflejo hacia el que dirige la atención del lector.
La vida se asemeja a la persecución de una ‘imagen fantasmagórica’ que nunca se alcanza. Tanto Ismael como Ahab se enfrentan a la vida con el mismo miedo con el que se enfrentarían a un fantasma que como tal asusta, ya que simboliza la fragilidad de la existencia humana y recuerda que en cualquier momento podemos desaparecer o que podríamos no haber existido. Los dos protagonistas de Moby Dick manifiestan en muchos momentos cómo la vida para ellos se percibe como una persecución continua y angustiosa de una figura que nunca se atrapa:
Si este mundo fuera una llanura infinita y si navegando hacia el este pudiéramos avisar de nuevo la distancia o tener a la vista lugares aún más gratos y originales que lo que nos supone ver las Cícladas o las islas del Rey Salomón, entonces el viaje sería esperanzador. Pero cuando lo que perseguimos son esas cosas misteriosas con las que soñamos, esos fantasmas demoniacos que nos acosan atormentándonos y que una y otra vez anhelamos en nuestros corazones humanos, cuando esto es lo que perseguimos en este mundo redondo siempre acabamos metidos en laberintos yermos y nos quedamos a medio camino (52).[2]
Los hombres desean creer que van detrás de algo firme, seguro y reconfortante, pero a lo que realmente se dirigen sus esfuerzos es a alcanzar metas que no son más que ilusiones atormentadoras que no sacian el anhelo de su búsqueda. En un momento de la novela, Starbuck, el fiel y realista tripulante que aprecia al capitán y apacigua su carácter enrarecido, uno de los personajes más entrañables de la novela, le reprueba el que haya consumido su vida alimentando la absurda obsesión de dar caza a la ballena blanca y que la haya empleado en alimentar una venganza irracional. El capitán en un relámpago de lucidez entiende que tiene razón y justifica su conducta argumentando que:
Todos los objetos visibles, hombre, son solamente máscaras de cartón piedra. Pero en cada acontecimiento (en el acto vivo, en lo que se hace sin dudar) alguna cosa desconocida, pero que sigue razonando, hace salir las formas de sus rasgos por detrás de la máscara que no razona (26).[3]
La figura de Narciso impelido irremisiblemente a atrapar lo que realmente no existe, su propia imagen reflejada en el agua, es para Melville la metáfora del anhelo del hombre que, en su inevitable persecución de lo imposible, acaba sucumbiendo a los impulsos irracionales. Melville se cuestiona en varios momentos de la novela cuál es la razón última por la que el hombre decide su conducta e incluso se cuestiona algo más, si el hombre es capaz de llevar las riendas de su propia vida, si las decisiones que la van jalonando y construyendo son fruto de una voluntad deliberada o están determinadas por el azar y el hombre es simplemente sujeto del destino.
El capitán Ahab es el personaje que mejor simboliza esta relación extraña del hombre consigo mismo y con sus decisiones vitales. La mutilación física de Ahab ha amputado también su alma, hasta el punto de que su único objetivo en la vida es vengarse de quien le ocasionó ese daño, de la ballena blanca, y conseguir darle muerte. Ese objetivo miserable consume su vida y la degrada, pero no hasta el punto de hacerle perder totalmente la lucidez y este hecho agudiza su sufrimiento.
Al pasar por Ecuador y ver la moneda del país, el sol, Ismael observa la semejanza de lo que ahí se representa con los elementos que configuran el carácter del capitán y equipara las imágenes grabadas en ‘ese oro redondo’ con ‘la imagen del globo más redondo, que, como el espejo de un mago, no hace otra cosa que devolver, a cada cual a su vez, su propio yo misterioso’. En la moneda se dibujan las tres cumbres:
Mirad aquí, tres picos tan orgullosos como Lucifer. La firme torre es Ahab; el volcán es Ahab; el pájaro valeroso, intrépido y victorioso, es también Ahab; todos son Ahab, y este oro redondo no es sino la imagen del globo más redondo, que, como el espejo de un mago, no hace otra cosa que devolver, a cada cual a su vez, su propio yo misterioso. Grandes molestias, pequeñas ganancias para los que piden al mundo que les explique, cuando él no puede explicarse a sí mismo. Me parece que este sol acuñado presenta una cara rubicunda, pero ¡ved!, sí, ¡entra en el signo de las tormentas, el equinoccio, y hace sólo seis meses que salió rodando de otro equinoccio, en Aries! ¡De tormenta en tormenta! Sea así, pues. ¡Nacido en dolores, es justo que el hombre viva en dolores y muera en estertores! ¡Sea así, entonces! Aquí hay materia sólida para que trabaje en ella el dolor. Sea así, entonces (99)[4] 
Uno de los momentos de lucidez, en los que Ahab experimenta un aumento de su dolor, es el que se narra en el capítulo titulado La sinfonía, uno en el que con claridad se evoca a Narciso:
Cruzando lentamente la cubierta desde el portillo se asomó a la borda, y observó cómo su sombra en el agua se hundía cada vez más ante su mirada, cuanto más se esforzaba por penetrar su profundidad. Pero los deliciosos aromas del aire encantado parecieron al menos dispersar por fin aquella cosa cancerosa de su alma[5].(132)
Otra vez es Starbuck quién se da cuenta de que el capitán está llorando y se acerca sigilosamente hacia él. Ahab comienza entonces a lamentarse de haber llevado una vida ‘solitaria, peleando siempre con los monstruos de las profundidades’[6], piensa entonces en su mujer y en el dolor que le ha causado y empieza a considerarse a sí mismo ‘más un demonio que un hombre’, ‘un loco durante cuarenta años, un viejo loco’[7]. Reflejado esta vez no en el engañoso mar, sino en ‘el cristal mágico de los ojos de Starbuck’[8], se empieza a ver a sí mismo tal como es y se olvida de la imagen que se refleja en el agua que le impide encontrarse verdaderamente a sí mismo. Es entonces cuando duda:
¿Es Ahab, Ahab? ¿Soy yo, Dios?, ¿o quién es el que levanta este brazo? Pero si el gran sol no se mueve por sí mismo, y es sólo un recadero en el cielo, ni puede girar una sola estrella sino por algún poder invisible, ¿cómo entonces puede latir este pequeño corazón, cómo puede pensar pensamientos este pequeño cerebro, si no hace Dios ese latir, y hace ese pensar, y hace ese vivir, él, y no yo? Por los Cielos, Starbuck, nos dan vueltas en este mundo, como aquel cabestrante, y el Destino es el espeque[9].
Ahab quiere saber si el Ahab que es ahora, en este momento, es el Ahab que él se imagina, pero no puede responder a la pregunta. Al contrario de lo que le ocurre a Narciso, que afirmaba haberse conocido a sí mismo después de contemplar la frustración de su imagen, Ahab llega a conocerse a sí mismo cuando se da cuenta de que algo diferencia a la persona de su imagen. Y es en este momento de autorreconocimiento cuando expresa el verdadero problema de la identidad que es realmente el tema de Narciso. La imagen de uno mismo es un misterio que nadie puede resolver. Ahab no se ha dado un nombre a sí mismo, no ha hecho como Ismael, no ha creado una identidad en el nombre, pero si en su actitud. Ha pasado la vida intentando encontrar las respuestas, resolver el problema de su identidad, y ahora se da cuenta de que no puede. Como Narciso no desconoce quién es él, sabe quién es cuando se da cuenta de que no se conoce y se encuentra tan perdido como al principio.
   Hay otro episodio curioso en el libro y quizá menos transcendente pero igualmente significativo, algo que le ocurre a Ismael en la posada en la que comparte cama con Queequej. Ismael observa a su salvaje compañero y examina con cuidado las prendas que lleva mientras trata de imaginarse que tipo de persona será este misterioso arponero, pero no lo consigue. Entonces se le ocurre la idea de ponerse él sus prendas y mirarse al espejo y cuenta:
Me acerqué con él a un pedazo de espejo pegado a la pared, y nunca vi tal espectáculo en mi vida. Me despojé de él con tanta prisa que me disloqué el cuello. [10](22)
Necesita verse en el espejo para realmente entender en qué consiste la indumentaria. Para entenderse hay que verse reflejado.

El agua


El agua fue quien creó la imagen letal de Narciso por la que éste se sintió atraído y engañado y fue también la culpable de que acabase sumergiéndose en ella aniquilando su yo real. Este mismo papel juega en Moby Dick el océano, que no es otra cosa que el gran espejo de la vida y el lugar donde confluyen y se unifican todos los elementos aislados de la novela y del mundo. El océano tiene para Ismael algo de místico y mucho de seductor, pues atrae como atrae la libertad y como lo hace el peligro. Por eso pide al lector desde el comienzo el esfuerzo de entender el sentido de su aventura que solo es comprensible si se le da al agua la misma importancia que le dieron los antiguos quienes lo consideraron sagrado y le otorgaron una divinidad propia, Poseidón (Youree 2010). 
¿Por qué los antiguos persas consideraban sagrado el mar? ¿Por qué los griegos le dieron una divinidad aparte, un hermano del propio Júpiter? Cierto que todo esto no carece de significado[11].
La lejanía del continente abre a Ismael una perspectiva vital de la que carece cuando disfruta de la vida cómoda en tierra firme, pues sólo en la superficie líquida se proyecta la auténtica cara de su personalidad, la que le resulta atractiva como lo fue para Narciso la imagen de su propia belleza. El viaje de Ismael es, como él mismo declara desde el comienzo, un intento de entenderse a sí mismo, de salir de su aislamiento y de darle sentido a su ego terrestre dejando que se reflejen en la superficie insegura del mar los dolorosos misterios que experimenta cuando está tierra adentro, para ver si así es posible que adquieran sentido. La imprecisión del agua quizá haga su existencia más comprensible o al menos más tolerable. Con su huida hacia el mar ‘sustituye a la pistola y la bala’[12]:  
Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda[13].
No es posible imaginarse a Narciso mirándose a un espejo geométrico, terrestre, hecho de cristal y metal, como poniendo una barrera entre él y su reproducción. Sólo se entiende el mito si pensamos en que Narciso interactúa con la naturaleza y se refleja en un elemento sin límites, profundo e infinito como los sueños. El reflejo en el agua deja abierta la imaginación y llama a seguirla para ver qué hay detrás.
En Moby Dick se reflexiona en varias ocasiones sobre la diferencia que existe entre la manera de percibir la vida cuando se reposa sobre el elemento estable como es la vida en tierra y la verdad que se descubre cuando se pierde esa estabilidad. Una de las más interesantes es el elogio que hace Ismael de Bulkington, un personaje al que sólo se conoce por la referencia que de él hace Ismael cuando visita su tumba en el cementerio de Nantucket antes de embarcar. Bulkington despierta en él ‘simpatía y respeto’[14], porque pudiendo haber llevado una vida sosegada después de haber soportado un invierno terrible en el mar, vuelve a embarcarse ya que ‘la tierra parecía abrasarle los pies’[15]. El personaje da pie a una reflexión sobre el contraste entre la vida en el continente y la del marino, comienza describiendo la primera:
El puerto le daría socorro de buena gana: el puerto es compasivo: en el puerto hay seguridad, consuelo, hogar encendido, cena, mantas calientes, amigos, todo lo que es benigno para nuestra condición mortal (23)[16].
Y continúa describiendo el desgarro que supone desapegarse de esas comodidades y vivir en situación de desamparo:

Pero en esa galerna, el puerto y la tierra son el más terrible peligro para el barco: debe rehuir toda hospitalidad; un toque de la tierra, aunque sólo arañara la quilla, le haría estremecerse entero. Con toda su energía hace fuerza de velas para alejarse de tierra; al hacerlo, lucha con los mismos vientos que querrían impulsarlo hacia el puerto, y vuelve a buscar todo el desamparo del mar sacudido, precipitándose perdidamente al peligro por ansia de refugio; ¡con su único amigo como su más cruel enemigo! (23)[17]

Y acaba con una elocuente reflexión sobre la oposición entre libertad y la comodidad:
Todo pensar grave y profundo no es más que un esfuerzo intrépido del alma para mantener la abierta independencia de su mar, mientras que los demás desatados vientos del cielo y de la tierra conspiran para lanzarla a la traidora esclavizadora orilla. Pues la más alta verdad reside en estar lejos de tierra, sin orilla y sin fin, como Dios y más vale perecer en ese aullar infinito que ser lanzado sin gloria a sotavento, aunque ello sea salvación. ¡Ten ánimos, ten ánimos, oh, Bulkington! ¡Mantente fieramente, semidiós! ¡Yérguete entre el salpicar de tu hundimiento en el océano; ¡sube derecho, salta a tu apoteosis! (23) [18]

En otra ocasión describe no ya el contraste sino sólo la sensación placentera de dejarse llevar por la cadencia de un mar tranquilo en el que pude ‘reflejarse la imagen de la profunda alma azul y sin fondo que penetra la humanidad y la naturaleza’:
Este distraído joven está adormecido en tal desatención drogada de ensueño vacío e inconsciente, por la cadencia mezclada de las olas y los pensamientos, que finalmente pierde su identidad; toma el místico océano a sus pies por la imagen visible de esa profunda alma azul y sin fondo que penetra la humanidad y la naturaleza; y cualquier cosa extraña, medio vista, elusiva, y hermosa, que se le escapa, cualquier aleta que asoma, confusamente percibida, de alguna forma indiscernible, le parece la encarnación de esos elusivos pensamientos que sólo pueblan el alma volando continuamente a través de ella. En este encantado estado de ánimo, tu espíritu refluye al lugar de donde vino, se difunde a través del tiempo y el espacio, como las dispersas cenizas panteístas de Cranmer, formando al menos una parte de todas las orillas en torno al globo. No hay vida en ti, ahora, salvo esa vida mecida que te comunica un barco que se balancea suavemente, y que él toma prestado del mar, y el mar, ¡de las inescrutables mareas de Dios (35)! [19]

Además de significar la huida hacia la libertad, el océano significa en Moby Dick también la versatilidad y como tal es la figura de la intuición frente a la razón. El mar no es totalmente nada, es parcialmente opaco, parcialmente reflejante y parcialmente transparente y es por todo ello es el que mejor revela y refleja los secretos de la vida. Así lo expresa en el capítulo 13, La Carretilla en el que se describe el momento en que  Queequeg e Ismael toman una lancha hacia la isla de Nantucket:
Alcanzando aguas más abiertas, la reconfortante brisa refrescó; el pequeño Musgo rechazaba la viva espuma de la proa, como un joven potro lanza sus resoplidos. ¡Cómo aspiraba yo aquel aire exótico! ¡Cómo despreciaba la tierra con sus barreras, esa carretera común toda ella mellada con las marcas de botas y pezuñas serviles! Y me volvía a admirar la magnanimidad del mar, que no permite dejar nada inscrito (13).[20]
Pero el mar puede también cruel y justiciero, como lo fue el agua en el que se reflejó Narciso:
Y aunque un solo momento de reflexión enseñará que por mucho que ese niñito que es el hombre presuma de su ciencia y habilidad, y por mucho que, en un futuro lisonjero, puedan aumentar esa ciencia y habilidad, sin embargo, por los siglos de los siglos, hasta el hundimiento del juicio, el mar seguirá insultándole y asesinándole, y pulverizando la fragata más solemne y rígida que pueda él hacer; a pesar de todo eso, con la continua repetición de las mismas impresiones, el hombre ha perdido la sensación de ese pleno carácter temeroso del mar, que le corresponde originariamente (58). [21]

La muerte

El mito de Narciso acaba con la muerte y también en Moby Dick la muerte está presente y cobra un protagonismo fuerte desde el primero hasta el último capítulo. Narciso se ahogó sumergido en el agua por intentar aferrar la imagen que distorsionó su identidad real y fue también la captura de una imagen deformada la que impulsó al capitán Ahab y a toda su tripulación hacia una persecución inútil que acabo en un destino trágico para todos salvo para para el narrador, Ismael, el elegido de Dios. Pero incluso a Ismael, que se embarca cuando se sorprende viendo los escaparates de ataúdes, le salva paradójicamente un ataúd, que le sirve de nave de transporte y le transforma no en profeta como Jonás sino en testigo de toda aquella historia. Ismael sobrevive para poder dar cuenta de la muerte de los demás, para constatar el poder reivindicativo y justiciero del mar simbolizado en la ballena blanca, capaz de convertir su hábitat en un cementerio para los intrusos.
Cuando Narciso mira su imagen proyectada en la parte húmeda del cosmos, que es el agua, se ve reflejado allí y acaba dándose muerte atormentado por su propia belleza. La huida de Ismael hacia el mundo del océano y todo lo que esto significa en cuanto a la búsqueda de su identidad, del ‘fantasma inaprensible que le atormenta’, es también una búsqueda que acaba inevitablemente en la muerte, como acaba en el suicidio la obsesión por el propio yo (McDonough 2018).
Ese desajuste incoherente de la conducta que supone el verse seducido por la propia muerte, por la idea que nos hacemos de lo que seremos una vez muertos, es un tema literario recurrente, en el que incidieron particularmente los románticos y que Melville continúa en su novela. Los románticos vieron en esa faceta de la personalidad el componente demoniaco del hombre, el que le aporta fuerza, energía y dinamismo, el que en definitiva lleva las riendas de su destino. Los límites de la vida y la muerte se confunden en el hombre y se atraen mutuamente. La fuerza de esa seducción desatinada que ejerce sobre cada uno el encanto de lo desconocido, de lo que hay más allá de uno mismo, puede llegar a ser en ciertos momentos más poderosa que el apego a la propia vida.
Este paralelismo que Ismael establece entre el mundo real, el de la tierra que define como acogedor, seguro y que conserva las huellas y ese otro mundo del agua en el que las imágenes se borran y la inseguridad es lo único cierto, está muy vinculado a la reflexión sobre la muerte. Ya en el capítulo inicial al que ya hemos hecho referencia, habla de su huida hacia el mar como una alternativa ‘a la pistola y la bala’[22]. En las vísperas de su viaje, la mención a la muerte es continua: se hospeda en una posada que se llama ‘Coffin’, ‘ataúd’, a cuyo posadero llamado Jonás, describe como ‘un hombrecillo viejo y marchito’ que ‘a cambio de dinero’ vendía a los marineros ‘delirios y muerte’[23].
Era un sitio extraño; una vieja casa, acabada en buhardillas en pico, con un lado hemipléjico, por así decir, e inclinándose lamentablemente. Quedaba en una esquina abrupta y desolada, donde el tempestuoso viento Euroclydón aullaba peor que nunca lo hiciera (…) ‘ese tempestuoso viento llamado Euroclydón … es diferente si lo miras desde una ventana con cristal, donde la helada queda toda en el lado de fuera, o si lo observas por una ventana sin bastidor, donde la helada está en los dos lados, y cuyo único cristalero es la inexorable Muerte.» «Muy cierto —pensé, al venírseme a la cabeza ese pasaje—; muy bien que razonas, viejo mamotreto. Sí, estos ojos son ventanas, y este cuerpo mío es una casa. Pero ¡qué lástima que no hayan calafateado las grietas y agujeros! (2)
Todo el pasaje del sermón del padre Mapple está también cargado de referencias a la muerte, pero particularmente es interesante la reflexión que hace durante su visita al cementerio de Nantuket en el que, invocando a Júpiter, hace una defensa de la necesidad de convivir amigablemente con la imagen de la propia muerte:
Apenas hace falta decir con qué sentimientos, en vísperas de mi viaje a Nantucket, consideré esas lápidas de mármol, y, a la lóbrega luz de aquel día oscurecido y lastimero, leí el destino de los balleneros que habían partido por delante de mí. Sí, Ismael, ese mismo destino puede ser el tuyo. Pero, no sé cómo, volví a sentirme alegre. Deliciosos incentivos para embarcar, buenas probabilidades de ascender, al parecer: sí, un bote desfondado me hará inmortal por diploma. Sí, hay muerte en este asunto de las ballenas; el caótico y rápido embalar a un hombre sin palabras hacia la Eternidad. Pero ¿y qué? Me parece que hemos confundido mucho esta cuestión de la Vida y la Muerte. Me parece que lo que llaman mi sombra aquí en la tierra es mi sustancia auténtica. Me parece que, al mirar las cosas espirituales, somos demasiado como ostras que observan el sol a través del agua y piensan que la densa agua es la más fina de las atmósferas. Me parece que mi cuerpo no es más que las heces de mi mejor ser. De hecho, que se lleve mi cuerpo quien quiera, que se lo lleve, digo: no es yo. Y por consiguiente, tres hurras por Nantucket, y que vengan cuando quieran el bote desfondado y el cuerpo desfondado, porque ni el propio Júpiter es capaz de desfondarme el alma (8)[24]

Tal percepción trágica se incrementa a lo largo de la novela. Ismael en muchas ocasiones predice la imposible escapatoria de la tripulación y habla del mar como si fuera el gran cementerio en el que habita el imponente cetáceo que espera cruelmente a sus presas, pues no es la ballena la que mata, sino la que espera sus presas.
La muerte parece la única consecuencia deseable para una carrera como ésta; pero la Muerte es sólo un lanzamiento a la región de lo extraño No-probado; es sólo el primer saludo a las posibilidades de lo inmensamente Remoto, lo Salvaje, lo Acuático, lo Sin Orillas; por tanto, para los ojos, ávidos de muerte, de tales hombres, que todavía tienen algún reparo interior contra el suicidio, el océano, que todo lo recibe y a que todo contribuye, extiende incitantemente toda su llanura de inimaginables terrores subyugadores, y maravillosas aventuras de nueva vida; y, desde los corazones de infinitos Pacíficos, las mil sirenas les cantan: «Ven aquí, tú, el de corazón destrozado; aquí hay otra vida sin la deuda del intermedio de la muerte; aquí hay maravillas sobrenaturales sin morir por ellas. ¡Ven acá!, sepúltate en una vida que, para tu mundo de tierra, igualmente aborrecido y aborrecedor, está más llena de olvido que la muerte. ¡Ven acá! Erige también tu lápida en el cementerio, y ¡ven acá, hasta que nos casemos contigo!» (62)[25]

La historia de Narciso y su belleza, es también la historia del orgullo, del amor a sí mismo y de su deseo de posesión y es en este aspecto en el que incide la recreación metafísica del mito que hace Melville en Moby Dick en el que se propone una reflexión sobre lo peligroso que puede llegar a ser intentar entender lo que no es comprensible por sí mismo porque sencillamente no existe. La imagen, como reflejo que es de lo real, sólo se mantiene en la medida en que depende de un referente y en este sentido es inaprensible porque su captura implica la propia muerte. La imagen prefigura la locura y la locura prefigura la muerte (Boot 2018).
La persistencia del orgullo, de la persecución de algo imposible deja huellas dañinas en el capitán Ahab y lo transforma en una especie de monstruo. La ballena, sin embargo, como referente real que es, permanece infranqueable y desafiante. La obsesión de Ahab obvia el peligro que su empresa absurda comporta, y al arrastrar con él a todos los marineros transforma su barco en gran ataúd flotante que vemos simbolizado en el que construye a Quequeg, con el que logra Ismael salvarse.
Ismael no duda en embarcarse aun siendo consciente de la empresa es suicida, es un entierro voluntario de su sufrimiento insoportable, un intento de entrar en su otro yo desconocido e indefinido y muy cercano a la imagen que de sí mismo se ha hecho después de muerto, de pasar a ser su propia imagen falta de vida. Pero es precisamente lo que le resulta atractivo, sumergirse en el espejismo, en una aparición que promete satisfacer sus insatisfacciones (Boot 2008).
Hay ciertas extrañas ocasiones y coyunturas en este raro asunto entremezclado que llamamos vida, en que uno toma el entero universo por una enorme broma pesada, aunque no llega a discernirle su gracia sino vagamente, y tiene algo más que sospechas de que la broma no es a expensas sino de él mismo. Con todo, no hay nada que desanime, y nada parece valer la pena de discutirse. Uno se traga todos los acontecimientos, todos los credos y convicciones, todos los objetos duros, visibles e invisibles, por nudosos que sean, igual que un avestruz de potente digestión engulle las balas y los pedernales de escopeta. En cuanto a las pequeñas dificultades y preocupaciones, perspectivas de desastre súbito, pérdida de vida o de algún miembro, todas estas cosas, y la muerte misma, sólo le parecen a uno golpes bromistas y de buen carácter, y joviales puñetazos en el costado propinados por el viejo bromista invisible e inexplicable. Esta extraña especie de humor caprichoso de que hablo, le sobreviene a uno solamente en algún momento de tribulación extrema; le llega en el mismísimo centro de su seriedad, de modo que lo que un poco antes podía haber parecido una cosa de más peso, ahora no parece más que parte de una broma general. No hay cosa como los peligros de la pesca de la ballena para engendrar esta especie, libre y tranquila, de filosofía genial del desesperado; y con ella yo consideraba ahora todo este viaje del Pequod y la gran ballena blanca que era su objetivo[26] (49)
La paradoja adviene como la gran ironía, como la misma contradicción que se va construyendo a lo largo del viaje: no se viaja para vivir y sobrevivir, se viaja para encontrar la muerte. Ahab lo tiene claro desde el principio, a pesar de su deseo de venganza, en el fondo sabe que no ha de salir vivo, y aun así no se enfrenta su desatino en soledad, sino que arrastra consigo a toda su tripulación que serán los testigos de su locura.

El simbolismo del blanco y la belleza de la ballena blanca

El blanco es un color siniestro, frío y misterioso, que reviste algo oculto a los personajes y termina por aflorar en contra de estos. Es el color de los sepulcros marmóreos y por esto mismo prefigura la muerte.
Entonces volaron pájaros pequeños, chillando sobre el abismo aún abierto; un tétrico rompiente blanco golpeó contra sus bordes escarpados. Después todo se desplomó y el gran sudario del mar volvió a extenderse como desde hacía cinco mil años (135)[27]
Narciso busca la hermosa imagen en el agua atraído por una belleza que está fuera de sí mismo y que no reconoce como propia y proyectada como Narciso se describe la belleza de la ballena blanca en Moby Dick:
Mientras la terca tripulación miraba de medio lado y con maldiciones la horrible belleza de la vasta masa lechosa que, iluminada por un sol en bandas horizontales, centelleaba y oscilaba como un ópalo vivo en el azul mar de la mañana(54).[28]
Y el mito lanza también la pregunta de por qué deseamos la belleza y cómo la usamos para crear significado. La profecía de Tiresias presagia el final de la historia de Narciso y proporciona el marco para interpretar lo que sigue: a medida que el niño se convierte en hombre y crece en belleza, muchos lo desean, pero ninguno puede acercarse a él y entablar una relación amorosa. La narración específicamente señala que Narciso permitió y creó esta distancia entre él y otros por orgullo e insensibilidad. Narciso se burla y desprecia a Eco y sus otros pretendientes y uno de ellos reza a los dioses para que Narciso pueda ‘amar como yo, y amar como yo en vano’ (Ovidio, Metamorfosis 102).
La ballena es la bella realidad externa que justifica la locura que conduce a la muerte, pero, como en el caso de Narciso, no es propiamente la razón de la búsqueda, que en definitiva sería simplemente el deseo de atrapar la belleza, aún a sabiendas de que atraparla conduce a la muerte. Un pretexto para ponerse en movimiento para algo grande. Adquirir lo bello para escapar y vencer el miedo. El capitán Ahab y la ballena emprenden un duelo de fuerzas a muerte (Mitova 2005). Y es gracias a esta irrealidad del objeto en sí mismo como se hace posible que la búsqueda pueda llegar a ser irracional. Así lo expresa el capitán Ahab para el que los objetos visibles no son más que un pretexto para conseguir un fin. Para Ahab la ballena blanca no es atractiva en sí misma, es una máscara de fuerza insultante con la que quiere acabar, es la pared que se le ha puesto delante (Hansen 2007).
La fiereza que el blanco inspira a Ismael queda suficientemente reflejada en el capítulo 42 en el que describe el simbolismo poliédrico de este color, sin mencionar a los titanes, aunque sí atribuye a la ballena una fuerza titánica.  Para Ismael en la fuerza titánica es donde mejor se expresa la belleza y su exponente más completo es la propia ballena blanca. En la descripción que de ella hace parece haber sacado Melville el impulso y la guía para escribir Moby Dick que, no sin razón ha sido calificado en ocasiones de libro ‘titánico’, que al igual que la ballena ‘deslumbra por su fuerza y poder’ y por su falta de ‘armonía y proporción’. Como afirma José Rafael Hernández Arias en el prólogo a su edición ‘podría decirse que emana una energía desbocada muy difícil de dominar; en cambio, por su pujanza psicológica y moral logra captar, dada su genialidad, los atributos más paradójicos e inesperados del hombre’. La contemplación de la ballena es para Ismael la percepción de la verdad y la plantilla de lo que entiende por belleza:
Su sorprendente fuerza, no contribuye en absoluto a dañar la graciosa flexibilidad de sus movimientos, en que una gracia infantil ondula a través de una fuerza titánica. Al contrario, esos movimientos son los que le dan su más horrenda belleza. La auténtica fuerza jamás daña a la belleza ni a la armonía, sino que a menudo la produce; y en todo lo que tiene una hermosura imponente, la fuerza tiene mucho que ver con su magia. Quitad los tendones ligados que parecen saltar por todas partes del mármol en el Hércules esculpido, y desaparecerá su encanto. Cuando el devoto Eckermann levantó el sudario de lino del cadáver desnudo de Goethe, quedó abrumado por el macizo pecho de aquel hombre, que parecía un arco romano de triunfo. Cuando Miguel Ángel pinta a Dios Padre en forma humana, observad qué robustez hay ahí. Y por más que puedan revelar algo del amor divino en el Hijo las imágenes italianas, blandas, rizadas y hermafroditas, en que su idea se haya incorporado con más éxito, esas imágenes, privadas como están de toda robustez, no sugieren nada de ninguna fuerza, sino la mera fuerza, negativa y femenina, de la sumisión y la paciencia que quepa hallar por todas partes entre las virtudes prácticas peculiares de su enseñanza (86)[29]


Bibliografía

Alvarado Vega Óscar Gerardo 2017 MOBY DICK: LA OBSESIÓN DE LA MUERTE COMO DESTINO MANIFIESTO Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. Costa Rica XLI (1) (marzo-agosto): 29-40, / ISSN:2215-2636.
Boot Job Herman 2018Melville, Mad Narcissus: The Image of Identity in “The Piazza.” 5750466 BA Thesis Literary Studies.
Hansen, Gerald E., 2007"Examining the Myth of Narcissus and its Role in Moby-Dick" ().All Student Publications. 73. https://scholarsarchive.byu.edu/studentpub/73
Hernández Arias José Rafael 2018 Traducción Moby Dick, Valdemar
McDonough Richard  2008 Athens Journal of Humanities and Arts X YMelvilleʼs New Seafarerʼs Philosophy in Moby-Dick
Mitova Katia 2005 Moby Dick’s Double Vision and Double Vision in Moby-Dick Based on a public lecture delivered at the Chicago Cultural Center in March and materialfrom Katia Mitova, ‘Erotic Uncertainty: Toward a Poetic Psychology of Literary Creativity’(PhD diss., University of Chicago, 2005
 Youree Sarah Elisa 2010REFLECTIONS ON THE WATER:THE OCEAN IN MOBY-DICK THESIS Presented to the Graduate Council of Texas State University-San Marcos in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree Master of ARTS by, B.A. San Marcos, Texas December


[1] Traducción de José María Valverde. Texto en Inglés: Surely all this is not without meaning. And still deeper the meaning of that story of Narcissus, who because he could not grasp the tormenting, mild image he saw in the fountain, plunged into it and was drowned. But that same image, we ourselves see in all rivers and oceans. It is the image of the ungraspable phantom of life; and this is the key to it all.
[2] Were this world an endless plain, and by sailing eastward we could for ever reach new distances, and discover sights more sweet and strange than any Cyclades or Islands of King Solomon, then there were promise in the voyage. But in pursuit of those far mysteries we dream of, or in tormented chase of that demon phantom that, some time or other, swims before all human hearts; while chasing such over this round globe, they either lead us on in barren mazes or midway leave us whelmed.
[3] All visible objects, man, are but as pasteboard masks. But in each event—in the living act, the undoubted deed—there, some unknown but still reasoning thing puts forth the mouldings of its features from behind the unreasoning mask. If man will strike, strike through the mask! How can the prisoner reach outside except by thrusting through the wall? To me, the white whale is that wall, shoved near to me. Sometimes I think there’s naught beyond.
[4] "There's something ever egotistical in mountain-tops and towers, and all other grand and lofty things; look here,--three peaks as proud as Lucifer. The firm tower, that is Ahab; the volcano, that is Ahab; the courageous, the undaunted, and victorious fowl, that, too, is Ahab; all are Ahab; and this round gold is but the image of the rounder globe, which, like a magician's glass, to each and every man in turn but mirrors back his own mysterious self. Great pains, small gains for those who ask the world to solve them; it cannot solve itself. Methinks now this coined sun wears a ruddy face; but see! Aye, he enters the sign of storms, the equinox! And but six months before he wheeled out of a former equinox at Aries! From storm to storm! So be it, then. Born in throes’ is fit that man should live in pains and die in pangs! So beit, then! Here's stout stuff for woe to work on. So be it, then."
[5] Slowly crossing the deck from the scuttle, Ahab leaned over the side and watched how his shadow in the water sank and sank to his gaze, the more and the more that he strove to pierce the profundity. But the lovely aromas in that enchanted air did at last seem to dispel, for a moment, the cankerous thing in his soul.
[6] Forty years of continual whaling! forty years of privation, and peril, and storm-time! forty years on the pitiless sea! for forty years has Ahab forsaken the peaceful land, for forty years to make war on the horrors of the deep!)
[7] more a demon than a man,” a “forty years’ fool—fool—old fool
[8] Close! stand close to me, Starbuck; let me look into a human eye; it is better than to gaze into sea or sky; better than to gaze upon God. By the green land; by the bright hearth-stone! this is the magic glass, man
[9] Is Ahab, Ahab? Is it I, God, or who, that lifts this arm? But if the great sun move not of himself; but is as an errand-boy in heaven; nor one single star can revolve, but by some invisible power; how then can this one small heart beat; this one small brain think thoughts; unless God does that beating, does that thinking, does that living, and not I. By heaven, man, we are turned round and round in this world, like yonder windlass, and Fate is the handspike.
[10] I went up in it to a bit of glass stuck against the wall, and I never saw such a sight in my life. I tore myself out of it in such a hurry that I gave myself a kink in the neck.
[11] Why did the old Persians hold the sea holy? Why did the Greeks give it a separate deity, and make him the own brother of Jove?
[12] This is my substitute for pistol and ball.
[13] Whenever I find myself growing grim about the mouth; whenever it is a damp, drizzly November in my soul; whenever I find myself involuntarily pausing before coffin warehouses, and bringing up the rear of every funeral I meet; and especially whenever my hypos get such an upper hand of me, that it requires a strong moral principle to prevent me from deliberately stepping into the street, and methodically knocking people’s hats off—then, I account it high time to get to sea as soon as I can.
[14] I looked with sympathetic awe and fearfulness upon the man
[15] The land seemed scorching to his feet
[16] The port would fain give succor; the port is pitiful; in the port is safety, comfort, hearthstone, supper, warm blankets, friends, all that’s kind to our mortalities.
[17] But in that gale, the port, the land, is that ship’s direst jeopardy; she must fly all hospitality; one touch of land, though it but graze the keel, would make her shudder through and through. With all her might she crowds all sail off shore; in so doing, fights ’gainst the very winds that fain would blow her homeward; seeks all the lashed sea’s landlessness again; for refuge’s sake forlornly rushing into peril; her only friend her bitterest foe!
[18] all deep, earnest thinking is but the intrepid effort of the soul to keep the open independence of her sea; while the wildest winds of heaven and earth conspire to cast her on the treacherous, slavish shore? But as in landlessness alone resides the highest truth, shoreless, indefinite as God—so better is it to perish in that howling infinite, than be ingloriously dashed upon the lee, even if that were safety. Straight up, leaps thy apotheosis!
[19] Perhaps they were; or perhaps there might have been shoals of them in the far horizon; but lulled into such an opium-like listlessness of vacant, unconscious reverie is this absent-minded youth by the blending cadence of waves with thoughts, that at last he loses his identity; takes the mystic ocean at his feet for the visible image of that deep, blue, bottomless soul, pervading mankind and nature; and every strange, half-seen, gliding, beautiful thing that eludes him; every dimly-discovered, uprising fin of some undiscernible form, seems to him the embodiment of those elusive thoughts that only people the soul by continually flitting through it. In this enchanted mood, thy spirit ebbs away to whence it came; becomes diffused through time and space; like Crammer’s sprinkled Pantheistic ashes, forming at last a part of every shore the round globe over. There is no life in thee, now, except that rocking life imparted by a gently rolling ship; by her, borrowed from the sea; by the sea, from the inscrutable tides of God!
[20] 58 Gaining the more open water, the bracing breeze waxed fresh; the little Moss tossed the quick foam from her bows, as a young colt his snortings. How I snuffed that Tartar air! —how I spurned that turnpike earth! — that common highway all over dented with the marks of slavish heels and hoofs; and turned me to admire the magnanimity of the sea which will permit no records.
[21] though, by vast odds, the most terrific of all mortal disasters have immemorially and indiscriminately befallen tens and hundreds of thousands of those who have gone upon the waters; though but a moment’s consideration will teach that, however baby man may brag of his science and skill, and however much, in a flattering future, that science and skill may augment; yet for ever and for ever, to the crack of doom, the sea will insult and murder him, and pulverize the stateliest, stiffest frigate he can make; nevertheless, by the continual repetition of these very impressions, man has lost that sense of the full awfulness of the sea which aboriginally belongs to it.
[22] This is my substitute for pistol and ball.
[23] It was a queer sort of place—a gable-ended old house, one side palsied as it were, and leaning over sadly. It stood on a sharp bleak corner, where that tempestuous wind Euroclydon kept up a worse howling than ever it did about poor Paul's tossed craft. Euroclydon, nevertheless, is a mighty pleasant zephyr to any one in-doors, with his feet on the hob quietly toasting for bed. "In judging of that tempestuous wind called Euroclydon," says an old writer—of whose works I possess the only copy extant—"it maketh a marvellous difference, whether thou lookest out at it from a glass window where the frost is all on the outside, or whether thou observest it from that sashless window, where the frost is on both sides, and of which the wight Death is the only glazier." True enough, thought I, as this passage occurred to my mind—old black-letter, thou reasonest well. Yes, these eyes are windows, and this body of mine is the house. What a pity they didn't stop up the chinks and the crannies though, and thrust in a little lint here and there. But it's too late to make any improvements now. The universe is finished; the copestone is on, and the chips were carted off a million years ago. Poor Lazarus there, chattering his teeth against the curbstone for his pillow, and shaking off his tatters with his shiverings, he might plug up both ears with rags, and put a corn-cob into his mouth, and yet that would not keep out the tempestuous Euroclydon. Euroclydon! says old Dives, in his red silken wrapper—(he had a redder one afterwards) pooh, pooh! What a fine frosty night; how Orion glitters; what northern lights! Let them talk of their oriental summer climes of everlasting conservatories; give me the privilege of making my own summer with my own coals.
[24] It needs scarcely to be told, with what feelings, on the eve of a Nantucket voyage, I regarded those marble tablets, and by the murky light of that darkened, doleful day read the fate of the whalemen who had gone before me, Yes, Ishmael, the same fate may be thine. But somehow I grew merry again. Delightful inducements to embark, fine chance for promotion, it seems—aye, a stove boat will make me an immortal by brevet. Yes, there is death in this business of whaling—a speechlessly quick chaotic bundling of a man into Eternity. But what then? Methinks we have hugely mistaken this matter of Life and Death. Methinks that what they call my shadow here on earth is my true substance. Methinks that in looking at things spiritual, we are too much like oysters observing the sun through the water, and thinking that thick water the thinnest of air. Methinks my body is but the lees of my better being. In fact take my body who will, take it I say, it is not me. And therefore three cheers for Nantucket; and come a stove boat and stove body when they will, for stave my soul, Jove himself cannot.
[25] Death seems the only desirable sequel for a career like this; but Death is only a launching into the region of the strange Untried; it is but the first salutation to the possibilities of the immense Remote, the Wild, the Watery, the Unshored; therefore, to the death-longing eyes of such men, who still have left in them some interior compunctions against suicide, does the all-contributed and all-receptive ocean alluringly spread forth his whole plain of unimaginable, taking terrors, and wonderful, new-life adventures; and from the hearts of infinite Pacifics, the thousand mermaids sing to them—Come hither, broken-hearted; here is another life without the guilt of intermediate death; here are wonders supernatural, without dying for them. Come hither! bury thyself in a life which, to your now equally abhorred and abhorring, landed world, is more oblivious than death. Come hither! put up thy grave-stone, too, within the churchyard, and come hither, till we marry thee!
[26] There are certain queer times and occasions in this strange mixed affair we call life when a man takes this whole universe for a vast practical joke, though the wit thereof he but dimly discerns, and more than suspects that the joke is at nobody's expense but his own. However, nothing dispirits, and nothing seems worth while disputing. He bolts down all events, all creeds, and beliefs, and persuasions, all hard things visible and invisible, never mind how knobby; as an ostrich of potent digestion gobbles down bullets and gun flints. And as for small difficulties and worryings, prospects of sudden disaster, peril of life and limb; all these, and death itself, seem to him only sly, good-natured hits, and jolly punches in the side bestowed by the unseen and unaccountable old joker. That odd sort of wayward mood I am speaking of, comes over a man only in some time of extreme tribulation; it comes in the very midst of his earnestness, so that what just before might have seemed to him a thing most momentous, now seems but a part of the general joke. There is nothing like the perils of whaling to breed this free and easy sort of genial, desperado philosophy; and with it I now regarded this whole voyage of the Pequod, and the great White Whale its object.
[27]Now small fowls flew screaming over the yet yawning gulf; a sullen white surf beat against its steep sides; then all collapsed, and the great shroud of the sea rolled on as it rolled five thousand years ago
[28] while the dogged crew eyed askance, and with curses, the appalling beauty of the vast milky mass, that lit up by a horizontal spangling sun, shifted and glistened like a living opal in the blue morning sea.
[29] Nor does this—its amazing strength, at all tend to cripple the graceful flexion of its motions; where infantileness of ease undulates through a Titanism of power. On the contrary, those motions derive their most appalling beauty from it. Real strength never impairs beauty or harmony, but it often bestows it; and in everything imposingly beautiful, strength has much to do with the magic. Take away the tied tendons that all over seem bursting from the marble in the carved Hercules, and its charm would be gone. As devout Eckerman lifted the linen sheet from the naked corpse of Goethe, he was overwhelmed with the massive chest of the man, that seemed as a Roman triumphal arch. When Angelo paints even God the Father in human form, mark what robustness is there. And whatever they may reveal of the divine love in the Son, the soft, curled, hermaphroditical Italian pictures, in which his idea has been most successfully embodied; these pictures, so destitute as they are of all brawniness, hint nothing of any power, but the mere negative, feminine one of submission and endurance, which on all hands it is conceded, form the peculiar practical virtues of his teachings.

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