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Mostrando entradas de diciembre, 2020
  Anacreóntica La contemplaba como si fuera una rosa amarilla, perfecta y fría. Impermeable. Podía parecer cruel, pero no lo era. Simplemente no sentía. Era perfecta y fría. Su elegancia imperturbable repelía cualquier contacto con la mediocridad. Adoraba la palabra excelencia. Nada manchaba su elegancia inalterable, nada osaba estropear esa perfección. Nunca se marchitaba porque el aire no traspasaba su pantalla aislante. Tampoco crecía. Era hermosa, perfecta, amarilla y fría. Nunca entendió por qué le desgradaba tanto.

Prometeo- Ahab en Moby Dick

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  El espíritu de Prometeo. El Capitán Ahab El verdadero protagonista de la novela es para algunos críticos, [1] Ahab, el capitán que, carcomido por el sufrimiento incontrolable que le produce su obsesivo afán de venganza, ‘luchando contra el mal… se convierte en imagen de aquello que detesta’ [2] . En torno a él se definen los demás personajes y en particular el propio Ismael que atempera y entiende sus propios conflictos internos observando los del capitán. Quizá por eso las imágenes y comparaciones con las que se describe a Ahab sean los momentos más lúcidos de la novela de Melville y en los que mejor se entiende cuánto le influyó a Melville en el modo de tratar el sufrimiento humano, la lectura de las obras de Shakespeare [3] . El referente mitológico del personaje de Ahab es sin lugar a dudas el titán Prometeo y su odio hacia Moby Dick es parangonable al que aquel experimenta hacia Zeus. Hijo del titán Japeto y de la oceánida Clímene, Prometeo, superaba a sus hermanos en astuc

Llegó la cordura.

  Llegó la cordura. Arrastrando con ella la alegría. Vencieron los días tranquilos, sin consuelo ni llanto. Empujaron con ellos la esperanza y el dolor. Nacieron la distancia, el envoltorio, el límite. Murieron los abrazos, el roce y las caricias. Se instaló la banalidad y con ella la indiferencia Y ocuparon el puesto que pertenecía a la pasión. Poco a poco, sin saber cómo, fue llegando la muerte y se quedó imperturbable entre la vida. Una pantalla sin olor nos alejó del cielo y nos hizo creer que era la verdad. Siempre dudamos de que aquello fuera cierto, pero no hubo nadie capaz de sacarnos de nuestra perplejidad. Y nos acostumbramos a sentirnos extraños, como de otro mundo. Y así seguimos. Contemplando como propio lo que nos es ajeno, lo que ha ido robando ese mundo entrañable del que gozamos algún día sin saberlo.